Cuando el vino toca el olvido
alguien, una y otra vez,
cruza el boscaje de columnas de árboles y granito.
Se antepone al frío y la bruma
subiendo escalones blancos y espesos
sobre un barco que abre surcos al fuego.
Armada con un bolígrafo y un catálogo
un racimo en las manos
una huella de puentes en la mirada
de bocas y viñedos,
una dignidad de furanchos
de corchos empapados en sangre
mordidos por trabajadores de pueblo.
Allí va, con hielo en las punta de las alas
y el sabor de viña en los labios.
Reparte el vino como en nombre de quién
para saber a trozo de cielo,
brebaje comulgado entre consciencias:
la tierra, el sol y el cielo.
Vino tinto de calamar
que sube adentro con la luna y sus mareas
bebido para medicina de dolores
de los que desayunan tristezas
y devoran tempestades en invierno.
Igual que un ancestral trozo de pan
repartido entre doce o unos cuantos más.
Pretendiendo ponerle precio a un milagro
-para sufrir menos.
Tinto blanco o rosado el color de sus manos
corto el disfraz de su moneda de cambio,
entregada su verdad: Aurora
reparte el vino en la saeta de sus labios.
Dedicado a Aurora González Pineiro
Pablo Germán Banega.