(...)
¿Qué quieren de mí aquellos muertos? Quedamente debo
quitarles la apariencia de injusticia que a veces
estorba un poco el puro movimiento de sus espíritus.
En verdad que es extraño no habitar ya la tierra,
no ejercitar ya costumbres apenas aprendidas,
no dar a las rosas y a otras cosas propiamente prometedoras
la significación del porvenir humano;
no ser ya lo que uno fue en manos infinitamente angustiosas,
y hasta abandonar el propio nombre,
como un trisado juguete.
Extraño es no seguir deseando los deseos. Extraño
ver que en el espacio aletea con soltura cuando tenía una ligazón.
El estar muerto es penoso
un ímprobo recobrar la vida no hecha hasta que lentamente
se siente un poco de eternidad. -Pero los vivos cometen
todos el error de distinguir con demasiada vehemencia.
Los ángeles (se dice) no saben a menudo si andan
entre los vivos o los muertos. La eterna corriente
arrastra siempre, por los ámbitos, todas las edades,
y en uno u otro su rumor la supera.
Finalmente, los muertos prematuramente ya no nos necesitan.
Uno se desacostumbra suavemente a lo terreno, del mismo modo
que, con placidez, se emancipa del los pechos maternos.
Pero nosotros, que necesitamos de tan grandes misterios,
y a quienes a menudo desde el duelo surge tan dichoso progreso,
¿podríamos existir sin ellos?
¿Fue en vano que antaño -lo dice la leyenda-, cuando el duelo por Linos
la balbuciente primera música penetrase la rigidez enjuta de la materia?
¿Fue en vano que únicamente en el espacio aterrado del que
súbitamente para siempre salió el casi divino doncel,
haya entrado en el vacío en aquella vibración que ahora nos
estremece, nos consuela y nos ayuda?
Fragmento de: Elegías de Duino. Primera Elegía.
Traducción próxima a la realizada por Mechthild von Hese Podewils y Gonzalo Torrente Ballester