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 Un capítulo de...

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MensajeTema: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeJue 16 Feb 2017, 05:40

Había un miedo que se resguardaba en la buhardilla de la casa de mi abuela. En Sant Joan de Mollet. Su casa es una más de las que conforman el núcleo rural del pueblo, aunque yo la recuerdo como si se tratase de una masía aislada, con jardines por los cuatro costados y grandes árboles formando una galería de sombras alrededor. Quizás lo recuerde así porque era pequeña o porque era niña, o por ser ambas.
Mis padres viajaban a menudo allí o quizás sea que lo recuerdo con intensidad, no estoy segura. Quizás ni siquiera fuesen verdaderos recuerdos –por eso de haber estado loca lo digo- pero no importa, esos son los recuerdos que tengo. Al fin y al cabo es en los recuerdos en el único lugar donde no me siento extranjera.
Tenía siete o seis años y siempre que fui, preferí dormir en la última habitación, la que había en la buhardilla. Tenía una única y minúscula entrada de luz. Era una ventanita del tamaño de mi mano, así, cuadrada, sin cristal y la cerraba un pequeño porticón de madera.
Cada mañana, al despertar, sabía que estaba amaneciendo porque se escuchaba rugir el viejo motor del tractor del vecino, cantar a los gallos y a los pájaros. Pero no por la luz que entrara por la ventana, porque el porticón era totalmente hermético a los rayos de luz. Todo permanecía completamente oscuro igual que si fuese de noche.
A tientas sobre mi cama y palpando sobre la pared en busca de la ventanita, antes de abrir el porticón, siempre me asaltaba un pensamiento: ¿Y si al abrir la ventana, todo continuase completamente oscuro y negro, porque en realidad me he quedado ciega?

Cada mañana sucedía lo mismo, segundos antes de abrir la ventana, me invadía el miedo a quedarme ciega.
A veces incluso regresaba a mi cama, sin abrir la ventana, con el único propósito de aceptar la ceguera. Me quedaba boca arriba reconociendo que jamás volvería a ver la luz del día. Lloraba mi ceguera, ya no vería a mi madre, a mi padre, a mi hermano, al cielo azul, al río del pueblo, las calles, nada de nada.
Sin dejar de escrutar aquella oscuridad en busca de algún atisbo de luz que me quitara aquellos sufrimientos. Finalmente llegaba a la ventana y la abría. Todo se disipaba a medida que la luz invadía aquel interior.
Allí recuperaba mi niñez y olvidaba todo de nuevo. Bajaba las escaleras a buscar a mi madre para desayunar. Pero allí se quedaba algo mío, esperando a que al siguiente día, y al siguiente y al siguiente volviese a amanecer y yo me quedase ciega otra vez.


Última edición por LIKUG el Miér 22 Feb 2017, 23:12, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeJue 16 Feb 2017, 06:39

Mi hermana tenía un miedo recurrente, más fugaz que el que yo viví con el anciano en el incendio. Ella, cuando de un salto se lanza a cualquier piscina; exactamente cuando está en el aire, como si el tiempo se detuviera allí, un miedo le atraviesa la existencia. Sentía que la piscina en la cuál caería, estaba completamente vacía.

Cuando el miedo la soltaba, caía al agua. Y el mundo que conocía se reconstruía de nuevo mientras el agua la envolvía.
Tengo otro miedo yo, ahora lo he recordado. También recurrente.
Aparece cuando en la estación estoy esperando el metro o el tren. Justo en el momento que éste cruza frente a mí, alguien me empuja con todas sus fuerzas para hacerme caer a las vías mientras el tren me arrolla.
No puedo evitar el empujón, pero tampoco estoy lo suficientemente paranoico como para prever cada vez que cojo el metro, que nadie me empuje por detrás. ¿Me entiendes? Porque el metro lo cojo cada día varias veces.

Y aunque hay un cierto grado de conciencia en mí durante el miedo, siempre me inclino levemente hacia atrás, apoyándome sobre los talones, para intentar contrarrestar de alguna manera el empujón. Y segundos (menos que segundos) antes de que el tren cruce a mi lado, me giro para anticiparme y así esquivar el empujón.
Por supuesto, nunca hay nadie que vaya a empujarme.

A raíz de este miedo es que suelo colocarme en alguna parte del andén donde no haya nadie detrás. Pero la mayoría de las veces, éste miedo, aparece a escasos segundos del cruce del tren, por lo que no me da tiempo de prepararme. El miedo me sorprende.

Aunque a juzgar por la intensidad, el que te voy a contar es aún peor. El que me aparece en las alturas. Pero antes quiero contarte otro que acabo de recordar. ¿Te has bañado alguna vez en el mar durante la noche? En verano claro. Pues hazlo, una noche sin luna.
Cuando el agua desaparece y se funde al horizonte para ser una gran masa negra que te rodea por todas partes. Y tú flotando en ella; primero es una sensación gloriosa.

Te adentras unos cien metros en el mar y tras de ti se hace pequeña la línea horizontal de luces sobre la playa. Si te animas ve más adentro. En cierta manera te atrae semejante incertidumbre, pues algunas veces lo he echo y nadando hacia adentro lentamente, el chapoteo del agua al golpearte el cuello, la temperatura del agua y la sensación de flotar se hacen muy intensas.
Hay un momento, en el que de espaldas a las luces de la playa y avanzando hacia adentro, te desorientas. Supongamos que estás a más de docientos metros adentro. Te sorprendería qué pequeña se hace la playa a esas alturas. Entonces comprendes que sólo sabes dónde estás gracias a esa línea de luces. La única referencia. Y decides jugar. Y nadas un poco más adentro y te propones no mirar hacia atrás.
Sabes que en el agua no percibes cuando estás girando, y aunque te parezca que estás nadando en línea recta no lo sabes. Luego te parece que estas nadando en círculos. Una duda de repente te atraviesa. ¿Y si en realidad estuvieras nadando en círculos –así como lo sientes- y que en realidad has dejado de ver luces en la playa porque ya no están?. Algo te dice que eso no es posible, claro, más ahora que sólo me estás escuchando, pero a esas alturas cada pensamiento tiene mucha intensidad. Entonces decides girarte. Y es aquí donde aparece el mayor de los temores y dura unos ínfimos instantes pero casi eternos como aquellos instantes antes de caer a la piscina. Decides girar para ver la referencia de luces y... algo te dice que ya tendrías que estar viendo luces, y no se ven. Tienes la sensación de haber girado ya más de la mitad de un círculo. Te asalta la idea de que estés allí, completamente sólo, sin dirección posible, sin saber a dónde ir. Entonces haces más fuerzas con los brazos para girar más aun si cabe y doblas el cuello hacia atrás, te notas ya agitado por el miedo, hasta que descubres las luces de la playa. Entonces disimulas, ante ti mismo, el miedo que se acaba de asomar.

A veces en el mar por la noche existe otro miedo. El de que una bestia marina te coja desde los pies. La sensación de no verlo venir hace que sea posible que en cualquier momento suceda. Sentirlo sin verlo es lo que nos mata. Y como no podemos ver nada debajo del agua, aquellas profundidades toman la forma de tus miedos y al parecer eso es inmenso.
Ahora sí te contaré aquel miedo que reconocí en las alturas. Recuerdo que estaba en el gallinero, ese sitio en los asientos más altos del teatro San Martín de la provincia de Tucumán. Recuerdo que la Banda Sinfónica de la Provincia ejecutaba alguna pieza musical de Beethoven, y de repente me imaginé, no sé porqué, que comenzaba a sonar la novena sinfonía del mismo autor. Y allí, sentado en aquella tercera butaca, me puse de pie y dando tres suaves saltitos, bajando aquellos pequeños escalones, coloqué la mano en la baja barandilla y como si de un ballon o un cabriole se tratara, de un salto quedé suspendido en el aire, por detrás de la barandilla ahora, en el vacío y caer de espaldas al suelo. Recuerdo la hermosa y majestuosa lámpara que ilumina el espacio central del teatro y el tiempo lo suficientemente detenido como para que sonasen los acordes más felices de aquella pieza mientras caía.
Pero lo curioso de esto, no es el caer o el morir, sino el miedo que luego deviene cuando te percatas que sigues sentado en la butaca y compruebas con cuánta tranquilidad y veracidad tu cuerpo haría eso si de repente sonase aquella pieza en ese instante. Y vanamente te aferras a la butaca. Cuando el enemigo eres tú, cuando el temor es hacia ti mismo, hacia un impulso de tu propio cuerpo es cuando dimensionas el verdadero temor. Porque sabes que ese impulso no puedes evitarlo. El más grande de los miedos, es aquel que no tiene playa ni luces hacia los que nadar.
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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeMiér 22 Feb 2017, 04:54

-Un año, estuve loca.
-¿Sólo un año? ¿Cómo es eso?
-¿Cómo puedo describirte el modo en que alguien se vuelve loco? ¡Ah! sí, es posible, pero tienes que imaginarte que lo siguiente que te relataré, lo hago con una voz chillona, un estridente tono histérico y haciendo todo tipo de ademanes exagerados con las manos:
“Pregúntale a Cristian porqué Vincenzo dejó en mi baño el cepillo de dientes que le devolví la otra noche, en vez de tirarlo o llevarlo a su casa”
“Pregúntale a Cristian qué significa que Vincenzo me ofreciera un cepillo de dientes anoche”
Así me tuvieron durante meses. No sé cómo pude prestarme a esto, la cuestión es que así me volví loca. Y claro, ante un cuadrángulo semejante, terminé por averiguar el significado oculto de la higiene dental; cualquier imbécil sabe que dejar un cepillo de dientes en casa de tu amante es una declaración de fidelidad, ¿No? Eso lo sabe todo el mundo.
“¿Has visto la fotografía que colgó Vincenzo en su face?./ No, voy a mirarla./ Es una foto de unos pájaros./ Ah. A ver, voy a mirarla. /Pregúntale a Cristian si es que Vincenzo ha visto la película que le recomendé./ ¿Qué tiene que ver Caótica Ana con esa fotografía?. /Acuérdate de la paloma que sale al principio de la peli” ¿Te crees que es normal? “Ya es jueves y aún no me ha dicho nada para el fin de semana, siempre propone el jueves. Haz que Cristian le diga a Vincenzo que tiene que cumplir con su promesa”. Luego otro día: “ Creo que está con otra./ ¿Por qué?./ Porque llevamos un mes sin vernos y eso es demasiado tiempo sin sexo para él. /Y para ti./ Sé que es el amor de mi vida, mi mitad, no puedo estar con otro si siento esto.”
Al día siguiente:“Creo que está con otra. /¿Por?./ Porque en esa fotografía aparece con una chica. /Si, su compañera de piso y la novia de su amigo en una cena. /¿Y no me invitó?.”
“¿Qué te dijo anoche?. /Que necesitaba tiempo para saber si podríamos estar juntos. Podemos compartir ese tiempo./ Ah./ Le puedes preguntar a Cristian si eso significa que ya hemos empezado, si ya somos novios.”
De repente mi miró fijamente, y tuvo una revelación o quizás estaba volviéndose loca nuevamente.
-Eres un buitre de la carroña de la infelicidad humana…como yo. Sacas frutos del dolor -Y le brillaron maliciosamente los ojos- Arderás Germán, arderemos.
-Algunos trabajan con la arcilla, es su materia prima, la tuya: las emociones.
-El regocijo del voayer, del suicida, la sublimación del sadomasoquismo.
-No hay conducta que no sea legítimamente humana. No se trata de conductas monstruosas, no, porque en definitiva, todas las que se suelen considerar negativas, podríamos decir que se fundan en la creencia de que morir es negativo; suponiendo lo que suponemos, que no hay nada peor que morir. ¿Pero cómo podemos seguir viviendo con esta concepción? Nada inevitable puede ser negativo. Tampoco positivo claro, simplemente es. Aunque desde tu propia botella, las cosas pueden resultarte a favor o en contra de tus pequeños intereses; pero eso sólo depende de dónde te ubiques y lo limitada que sea tu botella y a su vez esas cosas dependen de ti. Puedes cambiar ese prisma cuando quieras.
-Yo le tengo mucha simpatía a la muerte, y a la infelicidad también; me han aportado y enseñado mucho.
-Caótica Ana, ¿Es una película?
-La mejor película, me encanta Julio Medem. Se lo recomendé a Estela. Estela es mi amiga, la que ha sido mi mejor amiga casi diez años y ahora voy a abandonar. Cristián es el mejor amigo de Vincenzo. Vincenzo es el chico que ella quería que fuera su novio. Cristian y Estela eran conocidos y Cristian y yo amantes, pero duró tres meses eso. Ahora ya no estoy loca, soy psicóloga.


Última edición por LIKUG el Miér 22 Feb 2017, 22:59, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeMiér 22 Feb 2017, 04:56


-Lo bueno de saber que alguna vez has estado loca es que de ahí en adelante todo es una posible realidad y lo peor de la locura, es lo que queda después de ella. Le llamo locura de la locura: ayer entregué unos papeles a hacienda, pero en realidad eso nunca sucedió; en mi mente esa realidad imaginada ocupa un tiempo de tres horas aproximadamente. Y si eso no sucedió te preguntas, ¿Qué ha sucedido entonces, qué he hecho realmente durante esas tres horas? ¿Me entiendes? No es sólo lo que la locura te hace imaginar que haces, sino lo que realmente haces, y nunca sabrás, porque ese espacio en tu mente ya está ocupado con un episodio que jamás ocurrió.
¿Cómo me curé de la locura? Muy fácil, "dejé de pensar"
Recuerdo que decidí comprar un pase al festival internacional de cortometraje, el MECAL. Mi estrategia era llenar mi mente de historias diversas, una detrás de otra, hasta tener tanto material sobre la vida de los otros que me olvidaría de mí misma.
El último día del festival cinematográfico, a la salida de la última sesión, el chico que trabajaba recogiendo las entradas en la puerta y que me había visto cada día, me preguntó: “¿Dónde nos veremos ahora?” “No sé, ya veremos”, le respondí sonriendo.
Tienes que entender que yo venía de estar loca hace apenas semanas atrás. Él me preguntó si podíamos vernos o algo así. Pero no le di mi número de teléfono, a pesar de que me hubiese gustado, era majo. ¿Te cuento la verdad? No le di mi teléfono porque no sabía si ese chico era real o parte de mi fantasía. Si le dejaba mi número de teléfono y no me llamaba, nunca sabría si fue porque a último momento decidió no llamarme, porque perdió mi número o bien porque nunca existió ese episodio. No quería volver a estar loca, por eso no le di mi número.
Le miré como si estuviera mirando a alguien imprescindible y se dio cuenta y me preguntó:
¿Cómo sabes tú que no estás loco?
-No estoy seguro, aunque creo que ahora me estás volviendo un poco.
-Creo que todos estamos locos. Todo se reduce a qué nivel de locura estamos dispuestos a asumir. Y eso lo usas de referencia. Si aceptas un alto grado de locura, podrás permitirte ser más loco sin que te consideres a ti mismo loco. ¿Has visto aquellas personas que son un poco raras pero encantadoras, y se ve perfectamente que ellos se aceptan a si mismos, y a la larga hace que nosotros los aceptemos como amigos especiales y nunca se nos ocurre pensar seriamente que están locos, o han perdido el norte; pues con uno mismo sucede igual. Creo que el motivo por el cual uno se vuelve loco es por la insistencia en el pensar que lo estás. Porque por experiencia te digo que la locura es imperceptible a la propia locura. Si estás loco, nunca puedes darte cuenta. Así que si sospechas que estás loco entonces es que no lo estás.
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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeMiér 22 Feb 2017, 05:10

-Dime si te entendí bien, ¿Estela y Vincenzo eran una de aquellas parejas que necesitan de terceros para que su relación sobreviva o se mantenga al menos, con esa tensión emocional suficiente como para no aburrirse ni percatarse de lo insustancial de su: “estar juntos” ?
-Si, pero luego me di cuenta que no sólo ellos. Cristian y yo también, ahora lo pienso y hasta lo hacíamos con cierta voracidad.
Cada día, necesitábamos crear comentarios soslayados. Yo le contaba a Estela algo referido a una conversación entre Cristian y Vincenzo, con la inevitable alteración que suscita un comentario sobre alguien que no está presente en la conversación. A su vez, Vincenzo hacía lo mismo, y Estela también junto a Cristian, luego no sabíamos cuál versión era la que más se acercaba a la realidad, de echo, cada uno iba formándose una realidad diferente de lo que había sucedido. A su vez, cada uno de nosotros, hacíamos esto mismo con otros amigos. “Sabes qué, mi amiga Estela –que no conoces- está preocupada porque el chico que le gusta dejó un cepillo de dientes en su casa, ¿Tú qué crees que signifique eso? Yo ya se lo he dicho, es una declaración de fidelidad, sino porqué alguien te deja su cepillo de dientes en tu baño”.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que Estela se había formado desde pequeña, como psicóloga te lo digo, un ideal de pareja. La consecuencia es que a todas las parejas que tuvo, las sometió a un amoldamiento silencioso con el consecuente recorte de silueta de las personalidades de cada una de sus parejas, con el intento de hacerlas encajar allí, en sus deseos. Finalmente esta empresa está condenada al fracaso.
Además tiene la particularidad de que jamás reveló los detalles de su fantasía de pareja. Secretamente espera que algún día Vincenzo, por si mismo encaje. Lo curioso es que si revelase los detalles de esa idealización de pareja que tiene, inmediatamente necesitaría reemplazarla por otra que nadie sepa: re-idealizarla. Porque lo que en verdad necesita, no es que su pareja sea la ideal, sino el hecho de tener un ideal diferente al de la realidad para justificar cada tanto, su insatisfacción consigo misma. Necesita justificar su sufrimiento, y la forma más fácil para ella, es proyectando los problemas hacia el exterior. Que la culpa siempre recaiga fuera. Y evitar así, asumir su propia locura.

-De qué habláis- Preguntó Rodrigo al entrar a la sala, después de haber estado horas en el lavabo.
-Acabo de proponerle ser mi novia a Mireia. Lo patético de todo esto es que ahora que somos novios, jamás podremos revelarnos mutuamente el ideal de pareja que tiene cada uno. Lo trágico es que aunque fuera el mismo, pongamos por caso que fuera el mismo, ya sé que es imposible, pero imaginemos por un momento que sí, que el universo ha conspirado en un irónico destino y nos ha colocado uno frente al otro, y nuestro pasado ha interactuado de manera que se nos haya formado en cada uno y de manera independiente un mismo, pero exactamente un mismo ideal de pareja. Nunca sabríamos que tenemos el mismo, porque es inconfesable. Y si alguno sospechara en algún momento, que el otro tiene el mismo ideal que el nuestro, ese hecho condicionaría de tal manera que primero negaríamos esa coincidencia y luego modificaríamos nuestro ideal. Ni revelarlo ni vivirlo. ¿Qué tenemos entonces? El mecanismo perfecto para asegurarnos un sufrimiento sin fin. Somos dos tontos condenados a esperar del otro algo que no podemos tolerar que ocurra. Por tanto sufriremos porque nunca llegará lo que más deseamos; pero pongamos por caso, ya que de milagros estamos hablando, que sí, que llega, que encontramos en la pareja a la persona ideal, perfecta. Entonces cuánto tardaríamos en comprobar que seguimos sintiéndonos profundamente insatisfechos porque en realidad lo que más nos afecta no es que el otro sea imperfecto, sino que lo seamos nosotros. Con el añadido de que ahora no tendremos ninguna excusa para saber que somos los únicos responsables. Definitivamente ninguno de los dos renunciaría a sufrir. Tarde o temprano, condenaremos al otro, yo a ella, y ella a mi, y nos separaremos para siempre, en especial, si lográsemos encontrar la persona perfecta en el otro. Y repetiremos la misma historia, yo con Juanita, ella con Juanito, da igual el rostro de los otros cuando el nuestro siempre es el mismo. Y así nos iremos girando y girando, convencidos quién sabe de qué (todos los hombres son todos iguales o todas las mujeres buscan lo mismo) Dando dimensión al eterno retorno en vida.
-Estás un poco chiflado, nosotros no somos novios Germán, yo estoy saliendo con Rodrigo.
-Sí, y Rodrigo saliendo del lavabo.



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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeMiér 22 Feb 2017, 23:38

Cuando asumes tu locura. Cuando decides ahondar en la locura humana a través del único instrumento humano que tienes a tu alcance, que no son los otros humanos sino tú. Y de nada te sirven los otros porque necesitas estudiar tú locura. Si tu mente te filtra e interpreta la realidad que vives, entonces cómo vas a entender nada si justamente estamos estudiando tu órgano de percepción de la realidad.
Eres un loco que necesita conocer su propia locura, estudiar a los demás jamás te servirá para este propósito, pero si logras sentir la realidad que te intentaré transmitir, podrás hacerte una vaga idea de lo que significa reconocer tu propia locura.
Haz de cuenta que tu mente es absolutamente maleable (que lo es).
Pregúntate: ¿Qué son los golpes duros de la vida...?
-Un duelo; o una separación.
Exacto, si lo reducimos a realidades mentales, podríamos decir que algo cambia y se acaba a como lo vivías antes. Por tanto lo que duele es renunciar a todo lo que habías pensado y creído y por ende construido dentro de ti. Y cada vez más la realidad se va separando de lo que tú te habías formado en tu mente y esa discordancia con la realidad genera dolor. Pero claro, hasta aquí estamos hablando de cualquier persona que no ha reconocido su locura. ¿Qué le ocurre al loco en un caso como este? El loco tiene una mente donde las ideas apenas se posan sobre sus creencias. Apenas cree lo que él cree que está sucediendo. El loco no se toma en serio a sí mismo. Es obvio que hay un grado en el que necesita participar de los acontecimientos que aparentemente están sucediendo, pero el vive esos acontecimientos y además va más allá, ve más cosas acerca de lo que sucede y contesta a las más importantes y eso a ti te desconcierta.
-Ponme un ejemplo.
-El loco mientras observa cómo su pareja se plantea separarse de él, él a su vez no sólo ve y siente ese dolor que le provoca la separación sino que también experimenta la falsedad sobre la que se ha construido esa relación y eso le duele más. Comprende que esa ilusión la han construido los dos, pero le duele darse cuenta de esa ilusión. También está experimentando en ese momento que será capaz de volver a crearla con otra persona a sabiendas de lo ilusorio que volverá a ser. El loco sabe y acepta y vive muertes constantemente. Muertes de la imagen del que fue instantes anteriores. Pero como nunca se ha muerto físicamente, sabe que no sabe. Y el saber que no sabe le hace tener una mente maleable. Aprehendiendo todo el tiempo como un niño. En armonía con la vida donde todo se mueve constantemente como su mente. Mientras que el hombre no loco, emprende todo tipo de empresas y relaciones con una no-conciencia acerca de que todo mañana cambiará (que digo mañana, en el minuto siguiente) entonces firma un contrato de trabajo para atajar esa realidad que sospecha cambiante. O emplea y firma un contrato de matrimonio que comprometa bajo leyes judiciales a mantenerse dentro de unos parámetros establecidos por aquel contrato, y necesitan recurrir a semejante control sobre sus propias relaciones porque sospechan en su más íntima conciencia que algún día querrán nunca haberse relacionado con esa persona o quizás incluso desearle la muerte en lo más profundo -e inconfesable- de su consciencia. También firma contratos de hipotecas porque sospecha que sin ellos dejaría de pagar un día. ¿Me comprendes? La existencia de todo tipo de contratos es porque se parte de la idea de que el ser humano fallará. Cambiará. Será otro. Se desentenderá de la conciencia que tenía ayer. Y por eso la firma estampada en ese contrato es la que obliga y doblega a la siguiente conciencia a mantener la decisión de la conciencia anterior o a asumir las consecuencias. ¿Qué quiero decirle con esto? Que ese hombre funciona por obligación de una conciencia anterior a la conciencia presente. ¿Lo ves? Para la nueva conciencia ese contrato le terminará por resultar una carga, en algo con lo que no se lleva bien. Comienza a quejarse.
Pongamos por caso que si su conciencia ha comenzado a darse cuenta de que la mujer con la que ha firmado el contrato del matrimonio, no es la misma mujer que hasta antes de firmar ese contrato (algo que sucede muuuuuy a menudo) ve que la mujer por la que estuvo dispuesto a firmarlo, no está, no existe como tal, apareció otra que estaba oculta y que cambia todas las cosas. Su conciencia anterior es la equivocada, la que estuvo dispuesta a firmarlo no la que se está dando cuenta de quién es realmente esa mujer.
El loco, tanto si firma como si no ese contrato de matrimonio en su vida, sabe, porque así vive cada minuto de su día, que todo es una farsa. Ya que en el minuto siguiente la nueva realidad que se desvela puede poner en jaque todas las creencias anteriores y si se aferra a lo que desea o cree, pronto termina por sufrir las consecuencias del inevitable cambio. El loco se da cuenta de que debe estar del lado del cambio para no sufrir, para ir con la vida de la mano, para conocer su destino y recibirlo cada vez con la liviandad de alguien que no arrastra su pasado.

De cara a morir mañana, ¿Cuál de los dos lo ha hecho mejor? Y no me llame extremista por poner este ejemplo, ¿Acaso no es consciente de que la vida el día de mañana se le irá? No es un extremo hablar de la muerte. Usted ha convertido a la muerte, en su conciencia, en algo extremo o exagerado. Pero aunque le pese, hay una como mínimos esperándonos a todos.
Aquel que ha construido un mundo ficticio de hipotecas y contratos sobre todo tipo de relaciones para que un día, de cara a la muerte, deba despedirse y darse cuenta de la inutilidad de haber vivido así su vida, cuando ahora, al asomarse al final, semejante acontecimiento en la conciencia siempre le llevará a ser más consciente de lo que lo ha sido durante la vida, hecho que te hará darte cuenta de lo poco importante que eran realmente esos contratos y de lo poco que te has dedicado a los verdaderamente importante: que un loco como yo, te dice que es el amor. El amor para con todo.
El loco se sienta a esperar a la vida, es verdad, pero cuando la vida aparece, él se la folla. Le hace el amor a su vida. El no loco, le hace un contrato para ver si así puede asegurarse tenerla siempre cerca, y sometida, auto sometiéndose, no vaya a ser que algún día se le muera.

Valore usted la estrategia de vida de cada uno y decida quién "está loco".
No quiero hacer de esta conversación una partición entre locos y no locos, convengamos que todos tenemos grados de locura. Pero lo importante es cambiar la propia concepción de locura, porque hasta entonces locura siempre ha sido para nosotros un grupo de actos y gestos llevados a cabo por otra persona, que nos resultan desconcertantes y aparentemente desconectados de la realidad. Pero claro, siempre hablamos de la realidad que captamos desde nuestra propia locura.
Hay grados de locura sino dígame quién puede mirar hacia atrás en su vida y recordar cómo era y qué sostenía en su realidad hace cinco años y no sorprenderse de cuánto ha cambiado desde entonces y las verdaderas locuras que sostenían su realidad. Lo triste es comprobar cuán afianzado estaba hace cinco años a aquella realidad y cuán afianzado está a la realidad actual. Lo que no se percata es de lo falsa que fue la anterior tanto como la presente. Se olvidan. Se olvidan de aprender de las propias lecciones que le da la vida. Por eso se llevan tan mal con su propia vida y la llenan de contratos y obligaciones y supuestas seguridades para sentir, al menos de forma ficticia, la seguridad infinita que te hace sentir el amor cuando te roza.
Ahora que nombré la seguridad fíjese qué locura es hablar de los seguros de vida. Es patético el nombre, porque nadie jamás podrá asegurar la vida. El nombre es bonito pero oculta una macabra realidad: Firmamos un contrato donde tú te comprometes a pagar un monto mensual mientras yo me encargo de que cuando te mueras, te abono un monto acordado en ese contrato, pero como no te lo puedo pagar a ti porque estás muerto se lo pago a otra persona que hayamos hecho figurar en el mismo contrato que hemos firmado. ¿Qué tal la locura que hay que tener para crear esto? Llamarle a ese contrato "seguro de vida". Contradictorio. En realidad debería llamarse seguro de muerte. ¿No le parece? ¿Pero a que la realidad cambia cuando comienzas a llamar a las cosas por su nombre?
Alguien quizás pueda defenderse diciendo que en realidad asume que todos vamos a morir y como lo sabe, porqué no obtener un beneficio económico de alguien que se nos morirá. Entonces deberá asumir que trafica y está de acuerdo con que se trafique con la muerte.
Quizás los locos tienen una conciencia tan objetiva que no pueden permitirse vivir en el mismo mundo que vive usted, donde nadie ve la realidad. ¿A que no se lo ha planteado nunca así?
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MensajeTema: Re: Un capítulo de...   Un capítulo de... Icon_minitimeVie 03 Mar 2017, 00:26

Fernando Vidal Olmos entra en la casa abandonada. Atraviesa una habitación, se dirige a la siguiente, ahora a la siguiente… camina a hurtadillas, está oscuro. Llega a la última habitación donde tiene que haber una salida. Detrás de un mueble hay un hueco en la pared, se mete por allí. El túnel parece escavado en la tierra, el suelo es blando y el aire está húmedo. Se escuchan gotas cayendo al suelo. Contiene la respiración mientras camina. Hay una pared al final del túnel, hay  un agujero en la pared. Entra por el agujero. No ve nada, no sabe dónde está, pero allí, completamente inmóvil y en silencio, presiente el tamaño de aquel espacio.
Llegó hasta allí persiguiendo a un ciego, si, a un ciego… es muy difícil perseguir a un ciego sin que que éste lo sepa. Y más aún en la oscuridad.
Fernando Olmos lleva unas horas persiguiéndolo, por la ciudad, por la calle, por la casa y ahora hasta aquí. Está a punto de descubrir el secreto mejor guardado de la secta de ciegos que conspiran a nivel mundial contra la humanidad. El ciego al que está persiguiendo es el cabecilla de la organización.
Pero le ha perdido el rastro.
Ahí está, ha permanecido inmóvil y en silencio todo este tiempo, intentando descubrir  algún sonido en la lejanía. Pero no hay sonidos, todo está envuelto en un silencio de muertos. Por eso ha decidido encender una luz. El dedo pulgar desciende sobre la ruedecilla de su mechero, no llega a producirse la llama pero el chispazo alcanza para iluminar unas centésimas de segundo todo el espacio. Momento en el cual Fernando Olmos pudo ver perfectamente el rostro del ciego enfrentado al suyo, exánime e inexpresivo contemplándolo desde el silencio y ahora, desde la más absoluta oscuridad, a unos escasos centímetros de su rostro.

-Fernando Olmos el personaje de la novela de Saramago, ¿No? Ensayo Sobre la ceguera.
-No, de Ernesto Sábato, Héroes y tumbas; el Informe sobre ciegos, en los últimos capítulos.
-Es cierto.
-En el incendio, cuando toqué la pierna escuálida del anciano, sentí lo mismo que Fernando Olmos, en aquella habitación. Ahí estaba, de pie frente a mi respirando aquel humo tóxico y espeso sin problemas, con el único propósito de que alguien se atreviese a llegar hasta él y retenerlo hasta que muriese asfixiado. Y ese iba a ser yo.
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