HAZAÑA ÉPICA DEL LUNES TREINTA
Venía de la nevera. De coger un vaso de agua. La tragedia mascaba su delito por los rincones de mi casa. Ahí estaba yo. Desperado y flamante, entre consternado y feliz. El viento feroz había lanzado un látigo de espirales contra la cortina que defendía, inocente, mi ventana. Allí estaba yo, viendo volar en remolinos consecuentes los apuntes de literatura del Siglo de Oro. Volaban irreverentes, doblados, meditativos, enérgicos, valientes, egregios y dubitantes Exageren un poco la escena; sean creativos, joder. Ellos volaban y volaban en un arrebol de difusión libresca, éxtasis bohemio de mi perdición. He aquí todo mi malditismo: con el aire, se me han desdroedando als ltears. Esperen un momento. A esta gesta le falta pathos, violencia, Wagner:
https://www.youtube.com/watch?v=zsRLV5BKFtg
(escúchenlo en adelante)
Todo perdido, lamentable espectáculo de hojas en rebelión, indignadas (qué de moda para ser del seiscientos), terribles y aterradas en la dominación arbitraria del genio del vuelo. Yo me lancé, Minaya de mis apuntes (lean esto enfáticos, como Franco en el balcón del Palacio Real), al suelo, a las paredes, como cazando las moscas hambrientas del aire y sus zumbidos. Entonces, paró.
(Quiten el audio, por favor).
Todos cayeron, nostálgicos de la repetina animacidad de que gozaron. ¡Ah, prurito eidético de las acciones! ¡Oh, prólogo facticio de la vida! ¡Ah! ¡Oh! Suicidio de hojas de un mindundi de quita y pon. ¡Ah! ¡Oh! (evidentemente, este texto es burlesco, no sean cutres).
Entonces, una amenazante brisa regresó: presagio. Vi suspendida en el espacio, crisis al borde de su precipicio, la solapa de la carpetilla de papel que custodiaba las 80 páginas de Hispanoamericana. ¡Están sin numerar! (Play del audio de nuevo). A vida a o muerte, caballero que supera las tersuras del rozamiento y la fricción, me lancé con un grio ponderativo de mi rebelión (“NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO”).
Allí, mi mano famosa, mi ínclita mano, posada sobre la carpeta, salvó Iberoamérica del huracán de mayo. Las hojas de otros asuntos de importancias inferiores (y no, no imprimo relatos pornográficos) rondaban los confines de los techos y los cuadros. Yo gritaba “¡deja de soplar, hijo de puta!”, pero él soplaba araucano y veraz.
Mas no su célebre fazaña ni su pertinaz intento pudieron con este afán milagroso de las pequeñas cosas, de las cosas mínimas del épico trasiego (y trasunto) de los espejos. Nadie pudo evitar que ustedes hayan estado cinco minutos distraídos de sus apuntes (oh, tristes prendas por vuestro mal halladas), divertidos en el afán de lo que vuela. Nadie, ni el animoso viento en su belicoso esfuerzo, ha podido evitar un poco de burla entre tanto mal esteta.