Encendí una cerilla hace una semana y aún sigue ardiendo. La tengo guardada en un viejo joyero, observando su resplandor por el cristalito de la pequeña puerta. A veces la llama es más fuerte y a veces se consume casi por completo, pero nunca llega a apagarse. Yo no quiero que se apague, no se lo permitiría nunca. Además, le otorga a la madera ese tono rojizo que me encanta ver reflejado en tus pestañas cuando miras mi pelo.
Junto al joyero tengo un vaso de cristal con un ramillete de margaritas secas. Me gusta tenerlas ahí para recordarme que la primavera volverá algún día; pero a veces comienzo a deshojar alguna para cerciorarme de que me quieres. Todos los pétalos me lo confirman.
Esta mañana al deshacerme las trenzas y mirar por mi ventana, vi una bandada de golondrinas en perfecta formación. Tal vez volvían a colgar sus nidos en tu balcón, o iniciaban un éxodo hacia tierras más cálidas; o quizá únicamente querían darme los buenos días.