Bueno, me he quedado nuevamente como el queridísimo alquimista oscuro al que tantas veces cito: perplejo. Claro. Claro. Cuando una persona escribe “lubricán” en lugar de ocaso, crepúsculo, anochecer, es por algo. Es muy importante que los comentaristas del foro (hablo, por ejemplo, de Kate, que siempre dice que quiere ir mejorando sus comentarios) se hagan cargo de este tipo de marcas lingüísticas, porque son señales en acto. Si pongo “lubricán”, ¡OIGA USTED!
La palabra se carga semánticamente. Ya no es un ocaso simple, sino un ocasus cuya densidad, cuya tiniebla impenetrable nace de la síntesis, de la unión de dos fuerzas llenas de violencia simbólica: el can y el lobo (porque lubricán < lupus-can).
Y claro, por eso, por ejemplo, lo servimos en una copa. Me acuerdo del alquimista porque el poema se va llenando de toda esa imaginería de la química sincrética y mágica: el éter (que procede de la phisis elemental de Empédocles, pero también de Aristóteles, que lo define bellamente como “la materia de la que están formadas las estrellas”), los crisoles (que son en definitiva moldes, recipientes, alambiques), la sal (la sal del éter, señores!), y toda suerte de criaturas prehistóricas (SEÑORES: PRE-HISTÓRICAS) que tienen que resucitar para hacerse (ojo al verbo: HACERSE, llegar a ser acontecimiento en el poema).
Y la constante de cohesión, LO QUE DA UNIDAD AL TEXTO es la velocidad, la curva, el remolino, el obstinato cíclico de la angustia veloz y no-terminante. El hilo, la columna dórica del poema (de este sutil, único y nítido acontecer) es el hervir, el fuera de juicio (que es el alma seca, próxima al fuego), el masticar (como un mortero), el galope, EL FLUJO. Y la caída. La caída, NUEVA REFERENCIA.
La caída es puro existencialismo, es la caída en la angustia, en la nihilidad, en el agobio, en el dramático DARSE CUENTA DE LA MUERTE. La caída es al infinito, ¡claro! Porque el infinito es la muerte, el no-ser, el no-acontecer. Señores, este poema se cae lejos de sí mismo. ENORME.
Pero:
Qué héroe, qué dios, qué viento del este,
Qué signo de luna, tristísimo apagarse
jamás entregado a la muerte que anuncia.
Única luz de tanta noche oscura,
de tanto caerse en el cegar-por-siempre.
Qué héroe del rayo que llora y quebranta,
desbordante, en alegría. En el eterno
en la velocidad no sometida
a dios ni hombre consumado.
Qué danza de ninfa qué medio,
en el punto mismo y vibrante,
en la misma copa de ocaso
del ser, de la nada y el fuego.
Grande, Pablo. Grande. Pero no grande tú, grande el poema. Es lo mejor que te he leído. No quemes lo demás, porque esto lo abrasa solo.
Me rindo, me inclino. Pero el último verso se va de ritmo. QUIEBRA. Una vez más. Saludos.