Tejas rotas.

Si ayer me hubieran preguntado qué me gustaría ser de mayor, hubiera respondido "azafata". Pero nadie lo hizo y rompí todos mis aviones de papel. Y fue una verdadera lástima, porque llenaban mi habitación.
Cuando era pequeña, solía subir al desván de la casa de mis abuelos y buscaba entre cajas de cartón alguna prenda antigua tejida a mano. Mientras escribo esto, la suave lana azul oscura de mi jersey favorito acaricia mi piel, un jersey bastante grande que conservo desde siempre, y que antes solía ser mi única protección cuando una linterna, un paquete de galletas de limón y el señor Michael Ende, hacían las noches de tormenta interminables.
Y al día siguiente, bajaba con mi madre al patio para mirar el cielo sosegado, intentando alcanzar con mis pequeñas manitas la perfecta forma y textura de las nubes. Y soñaba poder acariciar ese bonito caballo que aparecía reflejado en ellas, montar en él y galopar hasta el Everest.
Me pregunto si tú también me sientes más cerca algunos días o algunos minutos de nuestras trágicas vidas. Es como esa gente capaz de oler las tormentas, esa gente que nota pinchazos en algún lugar de su alma perdida. Yo creo que puedo ser un poco como ellos y sentir que me sientes. No es lo mismo que llevar una nota en un bolsillo, una piedra en el zapato o una esquina doblada del corazón. No sé puede comparar con nada, si lo comparamos ya se perdería por el mismo sitio por el que se pierde mi sangre.

Yo me encontré un cubo de basura atestado de escafandras de naranja que custodiaban los legajos de tus aviones, pero nunca pensé que fueran tuyos, ni que fueran de nadie; ni siquiera me planteé que pudieran ser aviones. Pero ahora ya sé que eras tú quien dibujabas ratoncillos en aquellos légamos que fueron alas, y que fuiste tú quien añadió unas gotas de perfume en el papel antes de tonsurarlo en una doblez monacal e imperdonable.
Nunca me planteé quién pudiera haber fletado esos aviones al cubo de la basura, y mucho menos pude suponer que lo hubieran hecho por una pregunta que no fue formulada. Pero eso es lo que hacen las preguntas cuando son trascendentales: se esconden en los farolillos de las terrazas como mosquitos enamorados de la luz. Y la propia luz que los quema y los inunda, los termina silenciado en una muerte de pasillos y palabras. Y la muerte es el silencio de una pregunta que no pudo contestarse.

Yo quisiera verte gato pretencioso, ladeando tu cabeza sobre las tejas de tu sinfonía, buscando quizás una nueva excusa para cambiar de vida, que son siete. Quiero oír tu ronroneo de cristales que se hunden, y tu mascullar de félido arañado en lo más infinito de sus vigores. Yo quiero verte ladear la cabeza, siendo de noche, de noche como la noche inmensa, poniendo cara de luna o fingiendo el gesto errático de una estrella.

Ya lo sé todo, y ahora nunca volveré a mirar los farolillos con los mismos ojos misericordiosos. Ahora sé que son culpables de la mayor tragedia jamás causada en el mundo aeronático papirofléxico. Y cuando vuelva a ver tu cubo de basura abarrotado de papeles, sabré que ya no son nunca más, ni ya por siempre, los rehenes de la fruta consumida, sino un testigo, un último testigo de la impiedad de los hombres.

Fue una delicia leerlos. Me llevo vuestras palabras para hacerlas más mías, en esta noche de muelles y barcos, pescando en soledad.
A la vuelta... ya veremos qué sucede a la vuelta!

valla, cualquier añadido mío será una blasfemia contra la levitación de las palabras, da gusto.

Había que ir colocando el pie de modo que siempre descansara sobre dos tejas a la vez, sino se partían. Rompí unas cuantas tejas hasta que lo aprendí.

Hola Érato,
Te leí bajo diferentes "luces".

La que más, fue una farola con luz blanca del puerto. Refugiado del viento de tramontana, detrás de un muro bajo, acostado sobre el techo de una caseta para hacer los honores, si bien no eran tejas, eran baldosas catalanas, del mismo color. El aire estaba cargado de esa salada humedad típica a las cercanías del mar. Yo, en soledad, sino consideras compañía a la pequeña y descuidada lucecita verde de mi boya, que me conecta con el mundo submarino y que los peces intentan ahogar…

Sin duda no es el lugar y el momento los que mejoran un texto, porque en mi caso, no traigo a cualquiera a este santuario. Éste cumplía ciertos requisitos y quería verlo en acción bajo ese cielo estrellado tras la estela de los barcos pescadores.

Escribir ahora lo que sentí entonces, es como ser la espuma que dejó tras de sí aquel velero y pretender que se está a bordo. Aquellos sentimientos se fueron con el viento, sólo indagaré las burbujas de la espuma y el oleaje que golpea las rocas, tras su paso.

Eres dulce, o mejor dicho, es dulce el relato. Amoroso. Ameno “cae al alma, como al pasto el rocío” P.N.
Te sobra talento para embarcarte en proyectos más concretos; porque una prosa poética como ésta, no satisface los apetitos que tu talento alcanzan: es dispersa. No hablo de tu escrito en particular, sino de éste tipo de escritos, lo mismo que escribió Sergio, son esas cosas que lees y son muy agradables, una delicia si están bien escritas como en estos casos, pero no tienen la profundidad, que se les sospecha tras el manejo de la literatura, en el alma de quien los lee.

Es el primer escrito que nos compartes, por eso no tiene carácter de crítica lo anterior dicho. No sé dónde está este escrito dentro de tus escritos hasta el momento. Y sospecho que sólo yo tengo la necesidad de que llegues más adentro mío, y me dispongas el alma a tu manera.

Resumiendo, al terminar de leerte una vez más, dan ganas de abrazarte.

Muchas gracias por tu aportación, Likug. Pese a que enfatizas que no va dirigida con tono critico, no olvidaré tu consejo. Digamos que no es un relato completo, más bien está escrito a cachos, porque si hubiera tenido que seguir la línea temática, aún seguiría escribiéndolo jaja. Por eso decidi titularlo así, porque es tan peligroso, casi desquiciante, como pisar un tejado en ruinas. Y gracias de nuevo por lo de la dulzura, creo que es una de mis mejores armas a la hora de escribir.
Un saludo!