Alguien dijo alguna vez –no sin razón –que lo más esencial del haiku es la obligación que acarrea de encerrar o portar el reflejo de un cambio estacional. Eso es algo que respetan con bastante discreción los haikus originales y genuinos de los poetas orientales, como podemos observar en la jugosa antología que nos brindas, Roy. Sin embargo, me temo que en ellos se encierra la mayor grandeza que puede esperarse de un haiku, y que lo que en occidente hemos “fabricado” (atentos a mis verbos, que no son anecdóticos) como “haiku” no responde más que a la satisfacción onanista de hacer algo exótico.
El haiku es un relámpago mental, una chispa de reflexión que siempre respeta la armonía cósmica que presupone la civilización oriental como impulso generatriz de sus acciones. La armonía debe permanecer o ser restaurada, nunca trasgredida, y precisamente por ello el haiku debe ser un compás, qué diga, ¡una nota! unida íntimamente a la melodía de la naturaleza. Y por ello se hace precisa esa mencionada sincronización con el paso del tiempo. Notaréis también que la presencia de lo ritual y lo sagrado es un recurso habitual y constante (pienso en el símbolo de la campana, que es casi un motivo), y posiblemente su aparición nazca de que lo ritual y lo místico, como lo poético, figura un vínculo de unión entre los planos simétricos de lo individual y lo universal. Esa concatenación mórbida del micro y el macrocosmos (me estoy pareciendo a Punset, que alguien me calle) es común a todas las culturas orientales, e incluyo a Grecia entre ellas. Se trata de una respuesta consecuente con un modo de mirar la realidad, como todo el arte. El haiku tiene, claro, esa sencillez y esa levedad propia de la creación, pero encierra su fuerza impresionante y su capacidad férrea de desenvolver el prodigioso milagro de la vida.
Mi haiku favorito reza:
Eso es todo.
El camino acaba
en el perejil.
La radical profundidad de una banalidad tan tenue es análoga a la radical profundidad que entraña la banalidad tamaña que nosotros mismos somos. A eso me refiero.
Para mí, el mejor cultivador de haikus en castellano (no me atrevo a generalizar a niveles más amplios, aunque pudiera) es el maestro Borges, como podéis comprobar si contrastáis estas nostalgias con aquellas que Roy nos ha regalado:
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia
Hoy no me alegran
los almendros del huerto.
Son tu recuerdo
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela
En el conjunto de haikus borgianos yo aprecio, no obstante, una preocupante conexión poemática que parece relacionar unas composiciones con otras, lo cual traiciona el sentido propio y neto del haiku: ser un islote momentáneo de sabiduría de índole aforística que refleje el paso de aquello que llamamos tiempo.
Tampoco creo que Benedetti sea un buen ejemplo de compositor de haikus. Algunos son buenos, y otros aceptables (vaya delante lo amargo que me resulta ser ácido con El Abuelo), pero Benedetti cometió el error, según yo creo, de escribir doscientas treinta y ocho páginas de haikus (
Rincón de haikus, 1999) que tengo aquí delante y me siguen dando pereza. De nuevo nos encontramos ante el error de la vinculación: escribimos 224 haikus y se los lanzamos a un lector hipotético que debería ¿tragárselos? ¿leerlos esporádicamente? No lo sé… yo no sé mucho de casi ninguna de las cosas, pero creo que un libro de haikus es un harén de haikus donde la belleza de la unicidad es improbable. El haiku es una isla, y antes y después sólo debe desfilar el viento. Celebro, al menos, que tango Benedetti como otros autores más jóvenes tuvieran el acierto de mandar editar sus haikus individualmente, uno por página; eso sí responde al espíritu de Tao que los inspira.
Me desquito de la sordina con la que he hablado de El Abuelo poniendo algunas bellezas que tiene su rincón:
Cuando no estemos
la gracia de la duda
se habrá perdido.
El árbol sabe
de quién es cada paso
de quién el hacha.
Un pesimista
es sólo un optimista
bien informado.
Me gustaría
mirar todo de lejos,
pero contigo.
Y ahora os pongo un desastre mío, sólo uno por no desatinaros:
Me oís cantar
como un zumbar de abejas
o un callar de mariposas.
La fama y la habitualidad con la que se han compuesto haikus en los últimos tiempos ha venido acompañada de una esperable caída en picado de su prestigio, fruto inefable de una “clase poética” –y hoy ya sé con seguridad plena que tal cosa existe –obsesionada, narcotizada en el afán de lo que es raro. Para la tribu de los Monteritos (no miro a nadie porque luego todas las miradas se supervisan en este foro) existe un horror comunis al haiku. ¡Es demasiado conocido! ¡La gente de la calle ha oído su nombre! ¡No, no! ¡Busquemos otros sagrarios inexpugnables donde encontrar nuestros ídolos ignotos! Esa es su lamentable filosofía, sólo hay que verlos. Sólo consideran un poeta como referente si es un poeta que nadie más conoce. Es el amor a lo rimbombante, el placer de mirar por encima del hombro. Se pierden obviedades tan gratas como un Machado, pero no seré yo quien los reprima en esas consideraciones tan de mediocres. A lo que iba, el haiku ha sido condenado por común: estamos, dijo en mi presencia un poeta español actual de cuyo nombre no pienso acordarme, “inundados de haikus”. Como creo que lo malo o bueno de las cosas está más allá de su abundancia, me atreveré a llevarle la contraria a este consagrado maestro para decir que yo no vería ningún problema en un aluvión de
buenos haikus. Y tampoco en la idea de que se practique la sana costumbre de la síntesis y del poema corto, tarea de la que deberían aprender muchos de los censores del haiku, empeñados en desquiciar nuestros oídos con poemas inaguantablemente largos. Ahí lo dejo, para quien lo retome y me critique. Yo os pongo uno, sólo uno, de los haikus del mejor poeta en castellano que tenemos vivo. 32 añitos y ya es dios:
Atardecer.
Se sumerge su antorcha
y el mar es humo..
A.N.
Y ahora que han pasado los días y que el mar es humo, la nostalgia de páginas que había olvidado me han llevado a releer una pequeña maravilla de doña Julia Uceda, que debo añadir y añado:
HORA
Abrí la puerta
y todo como el mármol
se quedó por siempre. edit por Sergio